domingo, 18 de octubre de 2015

Descripción o diálogo.

Por lo general no me suelen gustar las descripciones.

Me explico: Me gusta llegar rápidamente al centro de la situación, al diálogo, saber qué quieren los personajes, y por eso cuando veo que la descripción es muy larga me la salto.

Sí, lo sé, eso está mal. Cualquier lector me dirá que lo que estoy haciendo no tiene perdón, que las descripciones están para algo, pero perdonadme si os digo que a veces no me aportan nada o me estorban (no digo que siempre).

Pero a veces pasan estas cosas que te hacen cambiar de opinión completamente y ahora solo me apetece describir cómo te acercas a mi cara sin tocarla, como se mueve tu pelo con el viento de levante, cómo te mueves con torpeza hasta llegar a la otra manzana. Ojalá pudieras verte con música, ojalá grabar cada uno de tus fotogramas porque te prometo que valdrían cada uno de ellos para hacer la película más bella jamás anunciada.

La culpa la tienes tú, que me has cerrado por dentro y te has comido la llave de mi alma; y el problema llega cuando no puedo recuperarla, porque te prometo que me da miedo (pánico) acercarme un poquito más de lo normal, abrazarte más fuerte de lo que puedo, mirarte los labios como quiero.
Llegas, te arreglas la camisa, sonríes como por costumbre y a mi me quitas el diálogo que siempre he buscado y me das la descripción a la que me agarro.

En la Roma o en San Pedro, en Gracia o en Malasaña se acuesta la misma historia soñando con ser soñada.
Y descrita.
Y hablada.