Hoy casi me cuelo dentro de ti por tu mirada. Se te da bastante bien eso de aguantarla, creo que te lo tomas como un reto. Te quedas ahí parado y la disparas sin silenciador y sin precaución, directamente hacia mis ojos. Incluso tengo la sensación de que tú también te cuelas. Pero no me das miedo.
No me gusta tratarlo de esta forma, pero es cierto que existe una conexión mediante la cual podemos entendernos a la perfección sin soltar una sola palabra. Llámalo así, o llámalo magia, o inventa una palabra para ello. Como cuando te acercas, te pegas mucho a mi y no me molesta el tacto, incluso mi cuerpo pide más, y fingimos que nuestras piernas se han cruzado y que ni siquiera lo hemos notado. A veces, además, me creo más valiente y me atrevo a tocarte sin excusas, a rozar tu espalda con mis manos, a tocarte el pelo y a ponerlo aún más despeinado.
Pero todo se queda en gestos, la mirada en mirada, el roce en roce y mi risa en nervios. Los mismos que impiden que salga corriendo, me tire a la piscina y te bese en silencio.