miércoles, 29 de junio de 2016

Nervios

Hoy casi me cuelo dentro de ti por tu mirada. Se te da bastante bien eso de aguantarla, creo que te lo tomas como un reto. Te quedas ahí parado y la disparas sin silenciador y sin precaución, directamente hacia mis ojos. Incluso tengo la sensación de que tú también te cuelas. Pero no me das miedo.
No me gusta tratarlo de esta forma, pero es cierto que existe una conexión mediante la cual podemos entendernos a la perfección sin soltar una sola palabra. Llámalo así, o llámalo magia, o inventa una palabra para ello. Como cuando te acercas, te pegas mucho a mi y no me molesta el tacto, incluso mi cuerpo pide más, y fingimos que nuestras piernas se han cruzado y que ni siquiera lo hemos notado. A veces, además, me creo más valiente y me atrevo a tocarte sin excusas, a rozar tu espalda con mis manos, a tocarte el pelo y a ponerlo aún más despeinado. 
Pero todo se queda en gestos, la mirada en mirada, el roce en roce y mi risa en nervios. Los mismos que impiden que salga corriendo, me tire a la piscina y te bese en silencio. 

martes, 21 de junio de 2016

El baile.

He encontrado a una persona con la que bailar y que no me de vergüenza. Hemos pisado el césped descalzos y nos hemos ayudado mutuamente. La comodidad que siento a su lado es sorprendente. Soy 100% yo. 
Me gustan las personas con las que me gusto yo. 
Bailaría mil canciones en el jardín a tu lado, incluso te dejaría escoger las baladas. O fíjate lo que te digo: no tienen por qué ser baladas. Bailaría hasta que me pararan mis pies. Y después pasaría a bailar en otra parte. Te dejo elegir el lugar, la música e incluso con qué partes de nuestro cuerpo bailar. Y si encuentro el valor te prometo ser yo quien baile hoy con tu leyenda.

También podríamos bailar metafóricamente. En todos los sentidos. Sé que te gusta con locura.

Hagamos un baile de esta vida.
Y vivamos,
Y bailemos,
como si no importara nada más.

Y bailar con la muerte no es buen plan. Yo prefiero que me mates tú a bailar. 

La batalla.

Nada más entrar en la habitación lo vi sentado en la silla de mi escritorio. Sus ojos delataban que se había pasado toda la tarde leyendo y cultivando nuevas palabras para usar en nuestras batallas de argumentos. Tenía las gafas manchadas porque no había querido perder ni un minuto levantándose para ir a limpiarlas, ya que aún podía ver, aunque fuera de una forma más difuminada. Lucía un rostro serio, del que sólo cambió su portada para saludarme con media sonrisa acompañada de un levantamiento de ceja. Le respondí de la misma forma.
Dejó el libro sobre la mesa y por fin las hojas pudieron darse un respiro. Se levantó y mirándome directamente a los ojos se acercó a mi. Parecía un naufrago, y su barba, su pelo rizado y despeinado, su camiseta ancha y sus pantalones piratas no ayudaban a alejar ese símil de mi mente. No me salió nada más que mirarle con ternura. Repetí sus pasos y me acerqué a él. Paramos a la vez y tan sólo nos quedamos a unos centímetros de distancia. No podíamos dejar de clavarnos la mirada como si de una guerra se tratase. Apreté mis labios, desvió su mirada y le gané. Reí. Rió.
Y empezamos otra vez con la batalla. Me cogió en sus brazos y me tiró a la cama. Escaló por el colchón hasta colocarse justo encima de mi.
La primera en el cuello.
La segunda en su frente.
Mis manos en su espalda.
Sus ganas en mi mente.

domingo, 12 de junio de 2016

La muerte del romanticismo.

Muchos hablan de la muerte del romanticismo, yo simplemente creo que hemos encontrado nuevas formas de expresarlo.
No soy de flores, no creo que el amor se exprese regalándolas y no lo veo necesario. No quiero un hombre que me traiga flores. Tampoco necesito que me paguen la cuenta cuando vamos a tomar café todos los días, no lo necesito ni siquiera un día. No quiero un hombre que pague mis deudas. Tampoco quiero ser el centro del universo, ni soy la mujer más perfecta y bella que hay sobre la tierra. No quiero un hombre que se pegue a mi cintura como si no existiera nada más y mucho menos que me mienta.
Quiero un hombre que sepa valorar el arte, la cultura y no sólo un tipo de belleza, porque creo que en ello está el romanticismo. Quiero un hombre que entienda lo que hago, que respete mis letras y que sepa valorar y valorarme. Quiero un hombre con opinión propia y que crea en lo que hace. Quiero un amante de la música, del cine, del teatro, de la literatura, de la pintura, de todo aquello en lo que alguien haya puesto su corazón; porque si sabe valorar eso, porque si sabe amar eso sabrá valorar lo que más quiero yo.
Porque no quiero flores, ni hombres florero, ni que paguen mi amor con su dinero.
Quiero personas que sientan,
y que sientan sin miedo,
a mi alrededor.