No me hace gracia. Ni una pizca. Porque quizá los malos no son tan malos, y los buenos no son tan buenos. Por la boca muere el pez y en tu pecera ya te ven agonizando. Te crees justo cuando solo habla tu orgullo y accionas la palanca, echándome a los leones, mirando desde la grada, disfrutando el azote.
Y yo nunca te vi así, y pensé que lo entenderías. Ellos lo entendieron. Todos ellos, y nadie te guarda rencor. Yo no sé por qué aún te guardo de las fieras, te protejo de opiniones candentes, del público que busca la sangre. A ti, que disfrutas cada golpe, aunque me lo niegues, aunque no te rías.
He andado con pies de plomo, porque soy incapaz de hacerle daño a nadie, porque quiero que nada manche mi existencia, mis intenciones y mis querencias. Pero cuando por la noche escondo los problemas debajo del colchón, a la mañana siguiente puede que hayan escapado y que hayan crecido mucho con la rabia, y, por la tarde, es bastante probable que hayan explotado en forma de palabras, de textos dañinos o de puñales a mi espalda.
Los buenos no son tan buenos. Los malos no son tan malos. Mis puertas están abiertas, tú decides el rumbo de tus pasos.