lunes, 26 de septiembre de 2016

Volver.

El gas que desprendían sus palabras adornaba toda la habitación, y su luz alumbraba hasta al más oscuro de mis pensamientos. Recuperé el ritmo habitual de mi pulso y te miré tan fuerte que casi me pierdo. ¿Quién se supone que eres ahora? Porque ya no veo tu precioso pelo, ni tus muecas, ni tus brazos arropando mis miedos, mi timidez y mi no saber estar. 
Rompí tanto con todo que ahora eres migajas. Te miro y no siento, no siento nada que no sea pena. Con todo lo que podríamos haber sido, amigo... Y con todo lo que fuimos. Porque fuimos. 
Fuimos el eco en el silencio de una tarde de invierno, fuimos las hojas que pisamos al andar por el centro de la ciudad, fuimos los labios que besaron otros labios como señal de paz, fuimos las pestañas que besaste esa noche en ese bar, fuimos todos y cada uno de los sonidos, cada una de las teclas, de los acordes, de los golpes y de los domingos. Los bancos aún lloran nuestra ausencia, pero a ver quién es el valiente que se atreve a decirles que ya no somos. 
Y sé que aún me miras y piensas en aquello, que la incomodidad que se palpa en nuestro ambiente no es casualidad, y que no sabes olvidar. Es una pena, porque yo sí he sabido perdonar, aunque no me hayas pedido perdón.

<<Tienes algo dentro, yo lo he visto brillar, pero corres, y corres... >> 

Y al final no eres, y nunca serás quien eras. Y es triste, porque no va a volver nada de aquellos días.
Y el gas se esfuma, el humo corre lejos del cigarrillo, el fuego se apaga, y las cenizas vuelan tan lejos que jamás las volveremos a ver, pero tus palabras no se van, no mueren, ni este sentimiento que tengo en el pecho, que no es más que el vago recuerdo de ese cigarrillo anterior en el que fuimos fuego

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