sábado, 26 de junio de 2021

Después de la huída

Sentada en la escalera llegué al culmen de mi urgencia. No me iba a pasar más. Me han intentado condenar a una vida agachada, insomne, con las manos empapadas de lágrimas, con una sonrisa que guardaba las penas, con la fiebre más oscura. Pero se acabó. Ya no les consiento.


Hace meses me planté frente al espejo y, tras ser consciente de que mis días de mártir tenían fecha de caducidad, me prometí darme dos meses para terminar con la tortura. Lo conseguí con exactitud. Después llegó la paz junto a la euforia. También las tardes en casa de X, los domingos follando con Y, las cenas pasajeras con Z y los mensajes incansables de T. Todo en su debido momento, sin mezclar, sin prisas. Pero sorpresa: me la volvieron a jugar.


Esta vez, de forma inesperada, aprendí otra lección. No formas parte de la terapia de nadie, no tienes que denigrarte por estar a su merced. Me armé de valor como las grandes y au revoir, mon coeur. Limpio, preciso y sin más sobresaltos.


Y apareció de nuevo él, el que siempre está. No lo puede evitar, aunque lo debamos hacer. Y entre excusas con las patas cortas me volviste a hacer creer que hay amores de los que no hace falta ni hablar, que están en el aire, que se esconden en canciones sin nombre, en futuros inciertos, en miedos esclavos; que hay amores que te susurran a las espaldas del mundo, que nacen en un sótano bien decorado, en bañeras hasta arriba de calma, en noches sin resolver, en todas las cosas que no me dices y en lo que me intentas esconder.


Y es que, no sé si es triste o bello, pero contigo me arriesgaría a cometer cualquier pecado.