Bajé de la nada, como si se
pudiera estar más abajo. Alimenté las últimas palabras que solté con mis más
grandes deseos. Cerré los ojos y soñé con que vivía.
Sólo puedo ver los pedazos por el
suelo. No soy de las que se desprenden rápido de la ilusión, pero sí de las que
la tiran con fuerza hacia la pared para que se trasforme en trozos mucho más
pequeños a lo que luego me sostengo como si de la cuerda que me mantiene en la
vida se tratase.
Me he imaginado despierta,
saliendo del sueño en el que vivo por la puerta grande. Me he imaginado
sintiendo cada herida, cada disparo directo al corazón y cada pulso de vida o
muerte de una forma diferente. El dolor se repite… ¿Pero de la misma forma?
He acabado enamorándome del
fuego, sintiendo magia cuando mi vista se paseaba por las llamas. ¿No es
maravilloso que sea capaz de acabar con todo de esa forma? Donde hubo fuego
quedarán cenizas, sí, pero no se sabrá qué era eso que ahora no es nada.
Me he dado cuenta de que hay
miles de palabras bonitas que en su versión material van del lado del rojo y
creo que ahora soy Jordana Bevan. Creo que ahora soy el rojo más intenso porque
estoy siendo fuego, porque estoy convirtiendo cosas en ceniza y estoy
convencida de que el fuego sana, porque me estoy curando y ahora los pedazos
que adornaban la habitación tan sólo asoman en lo más oscuro del cuarto.
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