domingo, 22 de mayo de 2016

Rojo.

Bajé de la nada, como si se pudiera estar más abajo. Alimenté las últimas palabras que solté con mis más grandes deseos. Cerré los ojos y soñé con que vivía.

Sólo puedo ver los pedazos por el suelo. No soy de las que se desprenden rápido de la ilusión, pero sí de las que la tiran con fuerza hacia la pared para que se trasforme en trozos mucho más pequeños a lo que luego me sostengo como si de la cuerda que me mantiene en la vida se tratase.

Me he imaginado despierta, saliendo del sueño en el que vivo por la puerta grande. Me he imaginado sintiendo cada herida, cada disparo directo al corazón y cada pulso de vida o muerte de una forma diferente. El dolor se repite… ¿Pero de la misma forma?

He acabado enamorándome del fuego, sintiendo magia cuando mi vista se paseaba por las llamas. ¿No es maravilloso que sea capaz de acabar con todo de esa forma? Donde hubo fuego quedarán cenizas, sí, pero no se sabrá qué era eso que ahora no es nada.


Me he dado cuenta de que hay miles de palabras bonitas que en su versión material van del lado del rojo y creo que ahora soy Jordana Bevan. Creo que ahora soy el rojo más intenso porque estoy siendo fuego, porque estoy convirtiendo cosas en ceniza y estoy convencida de que el fuego sana, porque me estoy curando y ahora los pedazos que adornaban la habitación tan sólo asoman en lo más oscuro del cuarto. 

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