Como si ya conocieras mi juego, te dispones a ganar, y te cuelas a golpes en el vacío que hay entre mi amor y mis quiebros. Fuerzas la cerradura y te deslizas por mi cuello, como si conocieras todos mis adentros, como si controlaras la lava del volcán, como si fueras inmune a todo aquello. Salpicas, y te mezclas con mis dedos bailando entre canciones que los demás ni siquiera saben pronunciar. Arden mis pupilas cuando paso por tu espina (o esquina) dorsal y nace el verano en pleno invierno. Roes cada hueco de mi tiempo, de mi noche, de mi aliento y trabajas con esmero para alcanzar el final.
Como una aguja recorres mi vestido, como oxígeno te cuelas desde el suelo y, como sangre, navega tu piedad. Me pides sal y fuego, y te concedo lo primero, por si el miedo nos condena, por si hoy juega tu esmero.
Y calmas con saliva cada hueco de este cuerpo, celebras con bebida el encuentro pasajero, y que salten hoy los muelles que mantienen mi cemento o que hoy se pare el tiempo si te muerdo desde dentro.